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LOS ESTRAGOS DEL ABORTO

En el año 2010, meses después de interrumpir mi embarazo, todas las emociones tenebrosas de mi existencia se dispararon hasta el extremo. Y de entre todas ellas una, la culpa, terrible e imperiosa; y el arrepentimiento, echar de menos a ese ser que ya nunca jamás sería. Necesitaba una ayuda especial.

El Centro Nuestra Señora de Montserrat fue el único lugar que encontré en donde se trabajaba específicamente el síndrome post aborto. Por primera vez me permitieron expresarme en un entorno de terapia. Hablar, gritar, sollozar, enrabiarme. Porque no estaba sola, estaba Jesús; no sentía el desamparo inherente a la desesperación. A través de la respiración y la calma, encontré un lugar en el que me encontraba con Jesús en mi mente, donde él tomaba presencia y yo podía descansar. Nunca me juzgó, y a través de él, también de forma introspectiva, le expresaba a mis seres queridos y a algunos conocidos todo el daño que yo sentía haber recibido de ellos. Aprendí una herramienta preciosa que ha constituido la base de lo que esta terapia me ha aportado, el perdón a mí misma y a los demás a través de Jesús.

Fue el perdón lo más importante de todo, y poder expresar a mi hijo perdido todo lo que yo hubiera querido hacer si no hubiera tomado una decisión equivocada. Quedaba tanto trabajo por delante... amarme a mí misma a través de los ojos de Jesús, aprendiendo a reconocer todas las cosas buenas que yo era; viajar en mi mente a los momentos de mi infancia en los que veía reflejada actitudes de mi yo adulto; el momento presente... tan preciado y difícil de hacer consciente; la hora de la preocupación; aprender a poner límites, no dejar que tantas cosas me dañaran; descubrir mis errores de percepción; aprender a amar a la niña que fui, a la mujer que se equivocó aquel terrible día; volver a confiar, romper en pedazos los recuerdos negativos y en su lugar poner el amor de Jesús.

No creo en una psicología que olvide el alma del ser humano. Tuve la suerte de encontrar este centro y allí un nuevo comienzo tras haber lidiado con el dolor, antes de descubrir la auténtica presencia de Jesús en mi espíritu. Por todo ello, siento un profundo agradecimiento.

C.O. Nuestra Señora de Montserrat, Barcelona, España